jueves, 28 de abril de 2011

Por si el plagio...

No sé si no se habrán dado cuenta (yo espero que sí, porque de no ser así, entonces necesitan que les revisen los ojos), pero ahora hay una pequeña imagen en la parte superior del blog, justo debajo de la imagen que lo presenta con el nombre de mi blog. Es la imagen de Safe Creative.
Este es un espacio para registrar las obras personales que le da a uno derechos de autor legales sobre las mismas.
Aquellas personas que me leen sabrán que me dedico a escribir fanfics, aunque también tengo pequeños trabajos personales (protegidos por Deviantart, también). Sin embargo, es mi blog aquel al que llenó con artículos que, si bien no son la gran cosa, son MIS artículos. No es agradable cuando te roban algo o lo utilizan sin tu permiso. Si alguien desea utilizar para algo alguno de mis artículos de blog, nada le cuesta decirme, entonces podría yo darle mi permiso, o decirle que no por alguna razón y todos estaríamos en paz.
Vengo a mencionarlo porque he subido dos artículos importantes ahí abajo. Las últimas dos entradas son ensayos que utilizaré para concursos próximamente. Ya los he entregado, ahora sólo me falta ver cómo irá todo.

Por eso me tomo el tiempo para decirlo. Ahora mi blog tiene derechos de autor, todos y cada uno de mis artículos son de mi propiedad, y cuando escribo algo que no es mío, lo especifico dando el crédito al dueño en cuestión.
El plagio es algo desagradable y estúpido. Porque por mucho que te des crédito con el trabajo de alguien más, esto no significa que sea tuyo, y simplemente te estás degradando a ti mismo como persona y autor.

Un cordial saludo a todos los que me leen. Y que tengan un buen día.

¿Tienes “el valor” o te vale?

Todas las sociedades se jactan de valores. Se les enseñan a los niños desde que están en el preescolar; se hace mención de ellos durante seis largos años de educación primaria, y aun durante los siguientes tres de educación secundaria. Incluso cuando los, ya no tan infantes, llegan a la preparatoria, los valores son algo de lo que no se han podido librar. Los profesores los mencionan, el personal lo menciona, los compañeros lo mencionan, en ocasiones sin siquiera darnos cuenta, están ahí, todo el tiempo a lo largo de nuestra vida; nuestros padres nos los inculcan, nuestros familiares se empeñan en que tengamos valores, la sociedad reclama personas con valores pero, ¿Qué tan cierto es que en esta sociedad existe algo llamado “valores”?
Los conocemos de nombre, los conocemos de palabra, si nos empeñáramos, a lo largo de todos estos años bien podríamos haberlos aprendido de memoria, descontando a aquellos que realmente lo hicieron. El respeto, la tolerancia, la puntualidad, la igualdad, el patriotismo, la amistad, la honestidad.
Se nos pone una cantidad incontable de ejemplos con ellos, se le da a cada mes del año un propósito de valor para que podamos recordarlo.
Los adultos hablan de ellos como si de verdad existieran, cuando son los primeros en despotricar dándonos un claro ejemplo de que estos verbos no van más allá de ser adjetivos. Nuestros modelos ejemplares son los primeros en ser intolerantes, son ellos los que no soportan los errores y buscan en nosotros la perfección que, humanamente no existe. Son ellos los que juzgan socialmente, los que no aceptan la homosexualidad y la diversidad de géneros, creencias y decisiones. Son ellos los que nos mienten para fingirse exactos y precisos. Son ellos los que se sienten superiores entre ellos mismos. Son ellos los hipócritas que no saben ser amigos, los que blasfeman contra una patria que pareciera no tener futuro, razón por la que van culpando a los demás de sus propios errores, errores que llevaron a esa patria a lo que ahora es, eso que ellos consideran detestable.
No somos nosotros los jóvenes y niños los culpables de nuestra propia ignorancia y falta de valores; porque si le preguntásemos a una profesora de primaria, de esas que se volvieron famosas con los años, de las que nunca debe faltar una; aquella anciana gruñona que castiga con severidad y se jacta de su sabiduría inexistente, qué es lo que ella opina de la homosexualidad, será de las primeras personas en demonizar el asunto. Tampoco es culpa de los ancianos su inminente intolerancia, valor que supone les enseñaron durante su infancia; nuestro problema viene de inmemorable tiempo atrás. Un problema que, para el realismo pesimista de la actualidad, ya no tiene solución. Porque los niños de hoy siguen bajo la tutela de esas mentes carentes de valores. Siguen creciendo entre mentiras incontables, entre engaños piadosos, entre amistades falsas, cayendo en una precocidad intolerable a su edad, destruyendo lo poco que les queda de una inexistente niñez.
Porque aun ahora, siendo lo que nos jactamos de ser – una sociedad “evolucionada” – no somos capaces de demostrar que algo tal como el valor de la igualdad es real. Cuando el machismo se mueve tras bambalinas, siendo golpeado como las montañas por el viento con el feminismo que no es otra cosa que él mismo reflejándose en un espejo femenino. Porque ninguno de los dos soluciona nada.
Si nuestras niñas han cambiado los juegos de manos por minifaldas y maquillaje, y los niños el lodo por piropos, no podemos decir que es porque han caído en manos del mal. La perversión infantil no es algo ni satánico ni natural, es cuestión de ejemplos. Un niño no aprende solo a tirar la basura donde primero se le atraviese por la calle, lo aprende de la comodidad adulta que se lo ha enseñado, arrojando desechos mientras le habla de patriotismo, como burlándose directo en la cara de la poca dignidad que le queda a la nación. El planeta no es nuestro y merece respeto. Pero, ¿qué es lo que los niños aprenden hoy en día por “respeto”? Aquello que significa respetar al prójimo mientras ven a sus padres devorar con la mirada a la juventud fresca y atrevida por las calles. ¿Qué es lo que los niños actualmente aprenden por tolerancia? Aquello de ser comprensivos con el prójimo mientras escuchan a sus ejemplares profesores mencionar la palabra “homosexual” con el asco patente en la cara. ¿Qué es lo que entienden por honestidad hoy en día? Aquello de decir la verdad mientras a la vuelta de la esquina vemos a alguien ceder su culpa por salvar su indigno pellejo. ¿Qué es lo que, los niños de hoy en día entienden por amistad? Cuando después de una reunión de adultos no se escuchan más que insultos, mofas y críticas sobre aquellos que se acaban de marchar.
Porque nos hacemos los inocentes, fingiendo que no es nuestra culpa que el mundo se encuentre mal, que no somos nosotros los responsables de contaminar, que el agua no se acaba porque no tenemos siquiera la educación adecuada como para que nuestras personas de la tercera edad sepan siquiera lo que es la extinción de una raza animal o la explotación de los bosques, la contaminación del aire, mucho menos lo que es contaminar, visual, auditiva o mentalmente.
Porque nos gusta pensar que no es nuestro problema que la juventud esté como esté. Si eres padre es culpa de los profesores, si eres profesor, es culpa de los padres.
Si los embarazos no deseados, no son culpa de la falta de educación o instrucción, sino del exceso de estos. Que no es porque los jóvenes no sean escuchados sino porque se dejan llevar por la estupidez. ¿Ejemplo de quién?
Si cada vez existen más madres solteras a partir de los trece años de edad, no es culpa de la sociedad sino de ella misma, y es ella sola la que se ve mal. Porque no nos paramos a mirar alrededor. Que mal nos vemos todos como sociedad.
Porque si somos el primer lugar en obesidad infantil, no es culpa de la sociedad, sino de cada familia en particular que tiene en su seno a un niño pasado de peso pero, ¿quién es quién les rodea?
Nos vemos mal como sociedad.
Porque somos incapaces de deshacernos de nuestro egoísmo para mirar alrededor.  Como personas ¿es realmente justo que si alguien gana un premio a nivel mundial todos nos coronamos, pero si existe algo que pueda degradarnos entonces a hacerse de la vista gorda?
  En lugar de buscar una solución, poniendo en práctica esos valores que a lo largo de nuestras vidas supone, se nos han enseñado, preferimos pasar de largo lo que, como personas, si no formamos parte del problema no nos incumbe. ¿Realmente no nos incumbe? Somos, queriendo o no, una sociedad.
Una que no puede apoyarse a sí misma siquiera en una crisis mundial.
Porque es muy fácil crear mensajes que lleguen, pero es mucho más sencillo hacerse de oídos sordos.
 En esta clase de sociedad las palabras no sirven de nada. Pero no es lo mismo decir “conozco los valores” que “sé lo que es un valor”.
¿Tienes el valor, o te vale? Una frase para pensar cuando, ¿realmente “los valores” existen?
Porque por uno pierden muchos y no es lo mismo hablar de valores que llevarlos a la práctica.

La polaridad del egoísmo en las sociedades.

A través de los años, de diferente forma, el egoísmo ha ocupado un lugar relevante en la vida del hombre. Tras bambalinas, la vida en sociedad nos muestra una cantidad insaciable de egoísmo que, con el paso del tiempo, hemos convertido en un hecho común y necesario. Ya no es egoísmo, es uno de los complementos de la vida, dado que siquiera logramos diferenciar entre los límites del bien propio y el egoísmo.
¿Será en verdad necesaria una pasión de esta índole para la coexistencia humana? ¿Somos realmente ahora incapaces de vivir sin el egoísmo? ¿Desde cuándo ha sido así? ¿Es necesario, para fundamentar el amor propio y el individualismo crear una conciencia egoísta que nos favorece individualmente pero que destruye nuestra posibilidad de vivir en verdadera armonía social?
El hedonismo conforma una parte natural del sentir humano; es este el que nos lleva a querer beneficiarnos individualmente: "Acepta un dolor que te propicie un placer mayor", "rechaza un placer que te conduzca a un dolor mayor". La conciencia se arrastra necesitando del egoísmo como medio de satisfacción; la satisfacción que, por sus propios intereses no te proporcionarán los demás, es necesario encontrarla por nosotros mismos, y esto nos lleva a sobreponer los intereses propios ante los de los demás, creando una cadena.
Si actualmente el egoísmo es necesario para la vida y la coexistencia, la cuestión es el “por qué”
Algo como el egoísmo puede ser visto de variadas formas. Por sí solo, el egoísmo es una pasión humana aberrante; sin embargo, no se desarrolla por sí mismo, somos nosotros los que lo llevamos a cabo. Hay quienes han sostenido que la erradicación del egoísmo llevará a las comunidades a convertirse en sociedades elevadas dignas de lo que el hombre debería ser. Pero: “el viejo concepto liberal según el cual la suma de los egoísmos individuales (en este caso de las comunidades autónomas) resulta en el bien común. Un concepto que a mí me parece casi antológicamente imposible.”
Si bien no podemos considerar que el egoísmo, sea cual sea, derive en el bien común, también es cierto que, prácticamente todas nuestras acciones se ven impulsadas por ciertos niveles de egoísmo. Tenemos un empleo porque requerimos de un sustento financiero para nosotros y las personas que nos interesan; incluso ir a la tienda por el pan conlleva una cadena de egoísmos de los que ni siquiera nos damos cuenta.
No podemos verle como un criminal completo.
El economista Adam Smith  siempre afirmó que nuestras acciones responden al egoísmo en sus distintas formas, que el egoísmo es el motor de nuestras acciones. Las personas, al momento de elegir siempre buscan primero el beneficio propio y de los suyos; no es la intención del hombre la de perjudicar a los demás. Nos habla de este como la base del progreso de una sociedad capitalista. Smith veía en el comportamiento humano una dualidad entre razón e impulsos pasionales. La naturaleza humana, racional e individualista a la vez lo lleva tanto al enfrentamiento como a la colaboración por el bien común. Smith habla de la simpatía; por medio de esta el individuo expresa un juicio favorable sobre el comportamiento de los demás y espera que se haga lo mismo hacía con su persona. Esto convierte a la sociedad en un sistema de intercambio entre los individuos. De este modo, el egoísmo individual converge con el interés general, llevando a la convivencia y los beneficios sociales. Podemos deducir entonces que el hombre lleva sus acciones a su favor y en favor de los demás, pero siempre pensando en lo que será mejor, dependiendo la situación, momento, lugar, satisfacción, etc.
En contraparte, o complementando estas teorías, Aristóteles sostenía que el hombre bueno se interesa en hacer el bien a los demás, y mientras más honrado fuese, más bien haría. Para él, el egoísmo es un término que describe una pasión mundana, se utiliza para aquellos que piensan únicamente en sí mismos, en satisfacer sus propios deseos. Para el hombre justo y sabio que disfruta de lo más elevado, no puede aplicarse este término.
Desde este punto, el hombre de bien es noblemente egoísta, que es diferente al egoísmo común y vulgar. Sostiene que si todos los hombres fuesen virtuosos, todos tendrían sus necesidades resueltas, porque hacer lo correcto es provechoso tanto para el que lo hace como para el que lo recibe.
Actualmente, el hombre es un egoísta inconsciente. Somos egoístas porque la sociedad nos ha arrastrado a ello, vivimos rodeados de un egoísmo que nos parece tan normal como alimentarnos a diario, y nos fundamentamos en la idea de que si no aplicamos nuestras acciones para nuestro propio bienestar, nadie lo hará; dejar de ser egoísta en la sociedad actual representaría un sacrificio que no estamos dispuestos a realizar dada la situación en que esto nos pondría. El apaciguamiento de nuestro egoísmo nos llevaría a la destrucción de nuestro amor propio y nuestro individualismo; además de la decadencia material e incluso social.
Una visión de los últimos años hace referencia al “egoísmo positivo” que alude a la posibilidad de vivir con aprecio hacia los demás pero sin permitir que se nos controle. Es una capacidad que nos permite participar en el contexto social sin ceder a la presión. Lo relaciona con la autoestima, al percibirlo como una manifestación sana de valoración y respeto por nuestras necesidades, valores, objetivos e inclinaciones.
Hoy día, no podríamos imaginarnos la vida sin el egoísmo, aun cuando no pensamos en él como una parte de nuestra coexistencia; se ha convertido en un hecho tan natural como el saludar a alguien (con todo lo que la conveniencia o costumbre de saludar a alguien conlleva).
¿Es entonces bueno o malo el egoísmo? ¿Cómo podemos tomar algo que simplemente forma una parte natural de nuestra vida?
Como la diferencia entre el bien y el mal, el egoísmo social está a discusión, dada la necesidad que nos presenta, no podemos afirmar que sea algo bueno, pero nos vemos incapaces de erradicarlo. Para detener el egoísmo tendríamos que ver el fin de nuestro individualismo.
¿Cómo ha sido este en la antigüedad? ¿Cómo se presentará en las sociedades futuras? Y, en lo que queda de la nuestra ¿dónde nos llevará el egoísmo como benefactor o verdugo?



Referencias: