Todas las sociedades se jactan de valores. Se les enseñan a los niños desde que están en el preescolar; se hace mención de ellos durante seis largos años de educación primaria, y aun durante los siguientes tres de educación secundaria. Incluso cuando los, ya no tan infantes, llegan a la preparatoria, los valores son algo de lo que no se han podido librar. Los profesores los mencionan, el personal lo menciona, los compañeros lo mencionan, en ocasiones sin siquiera darnos cuenta, están ahí, todo el tiempo a lo largo de nuestra vida; nuestros padres nos los inculcan, nuestros familiares se empeñan en que tengamos valores, la sociedad reclama personas con valores pero, ¿Qué tan cierto es que en esta sociedad existe algo llamado “valores”?
Los conocemos de nombre, los conocemos de palabra, si nos empeñáramos, a lo largo de todos estos años bien podríamos haberlos aprendido de memoria, descontando a aquellos que realmente lo hicieron. El respeto, la tolerancia, la puntualidad, la igualdad, el patriotismo, la amistad, la honestidad.
Se nos pone una cantidad incontable de ejemplos con ellos, se le da a cada mes del año un propósito de valor para que podamos recordarlo.
Los adultos hablan de ellos como si de verdad existieran, cuando son los primeros en despotricar dándonos un claro ejemplo de que estos verbos no van más allá de ser adjetivos. Nuestros modelos ejemplares son los primeros en ser intolerantes, son ellos los que no soportan los errores y buscan en nosotros la perfección que, humanamente no existe. Son ellos los que juzgan socialmente, los que no aceptan la homosexualidad y la diversidad de géneros, creencias y decisiones. Son ellos los que nos mienten para fingirse exactos y precisos. Son ellos los que se sienten superiores entre ellos mismos. Son ellos los hipócritas que no saben ser amigos, los que blasfeman contra una patria que pareciera no tener futuro, razón por la que van culpando a los demás de sus propios errores, errores que llevaron a esa patria a lo que ahora es, eso que ellos consideran detestable.
No somos nosotros los jóvenes y niños los culpables de nuestra propia ignorancia y falta de valores; porque si le preguntásemos a una profesora de primaria, de esas que se volvieron famosas con los años, de las que nunca debe faltar una; aquella anciana gruñona que castiga con severidad y se jacta de su sabiduría inexistente, qué es lo que ella opina de la homosexualidad, será de las primeras personas en demonizar el asunto. Tampoco es culpa de los ancianos su inminente intolerancia, valor que supone les enseñaron durante su infancia; nuestro problema viene de inmemorable tiempo atrás. Un problema que, para el realismo pesimista de la actualidad, ya no tiene solución. Porque los niños de hoy siguen bajo la tutela de esas mentes carentes de valores. Siguen creciendo entre mentiras incontables, entre engaños piadosos, entre amistades falsas, cayendo en una precocidad intolerable a su edad, destruyendo lo poco que les queda de una inexistente niñez.
Porque aun ahora, siendo lo que nos jactamos de ser – una sociedad “evolucionada” – no somos capaces de demostrar que algo tal como el valor de la igualdad es real. Cuando el machismo se mueve tras bambalinas, siendo golpeado como las montañas por el viento con el feminismo que no es otra cosa que él mismo reflejándose en un espejo femenino. Porque ninguno de los dos soluciona nada.
Si nuestras niñas han cambiado los juegos de manos por minifaldas y maquillaje, y los niños el lodo por piropos, no podemos decir que es porque han caído en manos del mal. La perversión infantil no es algo ni satánico ni natural, es cuestión de ejemplos. Un niño no aprende solo a tirar la basura donde primero se le atraviese por la calle, lo aprende de la comodidad adulta que se lo ha enseñado, arrojando desechos mientras le habla de patriotismo, como burlándose directo en la cara de la poca dignidad que le queda a la nación. El planeta no es nuestro y merece respeto. Pero, ¿qué es lo que los niños aprenden hoy en día por “respeto”? Aquello que significa respetar al prójimo mientras ven a sus padres devorar con la mirada a la juventud fresca y atrevida por las calles. ¿Qué es lo que los niños actualmente aprenden por tolerancia? Aquello de ser comprensivos con el prójimo mientras escuchan a sus ejemplares profesores mencionar la palabra “homosexual” con el asco patente en la cara. ¿Qué es lo que entienden por honestidad hoy en día? Aquello de decir la verdad mientras a la vuelta de la esquina vemos a alguien ceder su culpa por salvar su indigno pellejo. ¿Qué es lo que, los niños de hoy en día entienden por amistad? Cuando después de una reunión de adultos no se escuchan más que insultos, mofas y críticas sobre aquellos que se acaban de marchar.
Porque nos hacemos los inocentes, fingiendo que no es nuestra culpa que el mundo se encuentre mal, que no somos nosotros los responsables de contaminar, que el agua no se acaba porque no tenemos siquiera la educación adecuada como para que nuestras personas de la tercera edad sepan siquiera lo que es la extinción de una raza animal o la explotación de los bosques, la contaminación del aire, mucho menos lo que es contaminar, visual, auditiva o mentalmente.
Porque nos gusta pensar que no es nuestro problema que la juventud esté como esté. Si eres padre es culpa de los profesores, si eres profesor, es culpa de los padres.
Si los embarazos no deseados, no son culpa de la falta de educación o instrucción, sino del exceso de estos. Que no es porque los jóvenes no sean escuchados sino porque se dejan llevar por la estupidez. ¿Ejemplo de quién?
Si cada vez existen más madres solteras a partir de los trece años de edad, no es culpa de la sociedad sino de ella misma, y es ella sola la que se ve mal. Porque no nos paramos a mirar alrededor. Que mal nos vemos todos como sociedad.
Porque si somos el primer lugar en obesidad infantil, no es culpa de la sociedad, sino de cada familia en particular que tiene en su seno a un niño pasado de peso pero, ¿quién es quién les rodea?
Nos vemos mal como sociedad.
Porque somos incapaces de deshacernos de nuestro egoísmo para mirar alrededor. Como personas ¿es realmente justo que si alguien gana un premio a nivel mundial todos nos coronamos, pero si existe algo que pueda degradarnos entonces a hacerse de la vista gorda?
En lugar de buscar una solución, poniendo en práctica esos valores que a lo largo de nuestras vidas supone, se nos han enseñado, preferimos pasar de largo lo que, como personas, si no formamos parte del problema no nos incumbe. ¿Realmente no nos incumbe? Somos, queriendo o no, una sociedad.
Una que no puede apoyarse a sí misma siquiera en una crisis mundial.
Porque es muy fácil crear mensajes que lleguen, pero es mucho más sencillo hacerse de oídos sordos.
En esta clase de sociedad las palabras no sirven de nada. Pero no es lo mismo decir “conozco los valores” que “sé lo que es un valor”.
¿Tienes el valor, o te vale? Una frase para pensar cuando, ¿realmente “los valores” existen?
Porque por uno pierden muchos y no es lo mismo hablar de valores que llevarlos a la práctica.
La sociedad y uno mismo siempre son temas dificiles de tratar.
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