Claro que no es lo mismo saber quién eres y aceptarte. Pero es mucho más fácil aceptarte si descubriste quién eres.
Quizá es el frío que se plantó sin avisar y en plena primavera, si es que no me equivoco y todavía estoy pasando por los rastros finales del invierno. Deja una tajada helada que se le cuela a uno en los huesos y lo hace sentir enfermo y sin ganas de moverse. ¡Oh, el frío, hermoso frío! Que me hace recordar que nunca es tarde para preguntarse quién soy hoy. ¿Con cuál de todos nosotros vamos a encontrarnos hoy? ¿Por qué no me apetece encontrarme hoy? ¿Por qué no sé quién soy hoy? ¿Y si mañana me despierto y no lo sé todavía? Si después de hoy todavía no decido quedarme con ninguna de mis partes y prefiero seguir buscando a ciegas porque ya no estoy en comodidad con lo que era, soy o pretendo ser. ¿Cómo se supone que pueda saberlo?
Bueno, si no se puede, debería por lo menos respirar y leer un libro, pero, ¿dónde meto toda esta melancolía? Llorando entre las páginas a veces no es lo suficiente. Como una canción interminable o una hoja a la que no logras dar la vuelta. Un capítulo que mata al personaje de forma lenta, como para darte esperanzas y después arrancarte el aliento de cuajo.
No me siento bien hoy. Cuesta respirar y no creo que sea sólo el frío; es que descubrí una parte de mí a la que nadie acepta y que llora y llora para poder salir a la luz mientras yo le digo que espere, sólo un poco, un poco más. No quiere esperar, quiere saber que puede ser libre y ya se cansó de vivir alimentada de esperanzas que parecen demasiado lejanas. Tal vez simplemente no dejo salir al Ser que realmente soy, demasiado rodeada de falsos yoes que se acumulan para darte forma, una forma que es mucho más lógica que aceptar que no eres tú, que para ser tú te falta tanto que te cansas de sólo pensarlo. Estoy demasiado lejos y no se me permite caminar en la dirección adecuada. ¿Por qué tenemos que estar tan amarrados?
Simplemente hoy no sé quién soy. Simplemente hoy sé que no sé quién soy en realidad.
Sé que soy libre y que si sigo amarrado es porque así lo quiero. Sé que aquí estoy y es todo lo que tengo, también todo lo que necesito. Pero no sé quién soy hoy.
Aquella a la que no dejo sentarse en un rincón a media luz a terminar de leer un libro de hojas amarillas que me arrastre a mundos que no podría siquiera tocar con la punta de los dedos, con una botella llena de agua a un costado y silencio sepulcral que sólo rompa el tiritar de mis nervios ante el frío. ¿Dónde quedó mi silencio? El frío lo extraña tanto.
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